Juan Gonzalo Ospina
Aplaudimos y se nos llena la boca una y otra vez, alabando las innumerables bondades de nuestras instituciones y nuestro Estado de Derecho. Lo hacen políticos, las autoridades más diversas, e incluso de forma bastante generalizada los ciudadanos. Sin embargo, la realidad de la justicia, para aquellos que nos dedicamos a ella, es bien distinta. Sabemos que por desgracia la falta de educación, el trato y la inseguridad jurídica ocurren en más ocasiones que las deseadas, y son un problema de enorme trascendencia para toda la democracia como sistema. ¿Por qué? Lisa y llanamente porque la erosionan y, en ocasiones, hasta la falsifican dejándola reducida a un mero constructo de cartón piedra.
En un reciente Juicio Oral he tenido la ocasión de plantear como cuestión previa la testifical de un ciudadano que sabe fehacientemente que el autor de un delito era otro diferente a mi cliente acusado. El juez, con respeto pero negando con la cabeza, me observaba; el fiscal, sin embargo, hasta hacía algún ademán con el que se interpretaba, lamentablemente, que se podía estar mofando. Sonreía con la cara mientras formulaba aspavientos con las manos. ¿Es esto de recibo? ¿Es concebible en modo alguno? ¿Es esto serio no sólo para la Abogacía sino para nuestra Justicia y su sistema de administración? ¿Por qué algunos fiscales, en lugar de aplicar la estricta búsqueda de la verdad, a veces creen que su único fin es acusar y condenar por encima de cualquier otra causa o razón?
Por suerte, su señoría finalmente suspendió y acordó la práctica de la solicitada testifical. Sin embargo, la justicia no debería de quedar en la suerte de una moneda que se lanza cada día a ver sobre qué cara cae, o si por arte de magia o azar queda de canto. Es triste, genera desafección y, peor aún, cuando algo tan sagrado discurre por estos derroteros no sólo vulnera nuestro derecho más fundamental que es la libertad, sino que el sistema se pervierte y cae en un triste automatismo que desvirtúa su razón de ser, que no es otra que salvaguardar nuestros derechos y libertades. Nada más pero nada menos.
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