Juan Gonzalo Ospina

Me despertaba con la terrible noticia del feroz terremoto que sacudía Turquía y Siria, dejándose sentir en otros países de la zona como Chipre, Iraq o Jordania.

Un colapso que se agrava aún más con el duro invierno que están viviendo, que llevará a una nueva crisis humanitaria, más allá de las cifras de muertos que esta tragedia trae aparejadas.

Y ello me retraía a las conversaciones que mantuve con el Padre Ángel en el seno de las actividades coordinadas por la plataforma Abogacía Humanista con el fin de recaudar fondos para familias en situación de necesidad.

Parece que ha pasado una eternidad, pero fue el pasado mes de julio cuando cerca de 400 abogados procedentes de 120 despachos, universidades y asociaciones jurídicas nos dimos cita en la fiesta solidaria de la abogacía madrileña. Un acto que superó todas las expectativas y con el que logramos aportar nuestro grano de arena, como personas privilegiadas que somos, para apoyar el proyecto que desarrolla la organización del Padre Ángel, Mensajeros de La Paz, con niños vulnerables en el barrio madrileño de Lavapiés.

En aquel momento recuerdo que todos los presentes adquirimos el compromiso de que no sería una acción puntual, apuntalando la abogacía como una profesión digna y solidaria, especialmente sensible con los problemas sociales, ya que nuestra profesión está estrechamente ligada a complejas situaciones que no dan comienzo el día de los hechos, ni ponen punto y final con el “visto para sentencia”.

 

Recuerdo también como aquel caluroso día, cité que “la solidaridad es una tarea que nos compete a todos en el futuro”, y aunque me refería a la profesión, la necesidad de romper los techos de cristal o de trabajar por medidas de conciliación, donde no solo de manera colectiva sino desde el individualismo de ser Juan Gonzalo Ospina padre de dos niñas para las que quiero el mejor de los futuros, estamos obligados a continuar trabajando por una sociedad mejor y más justa.

Sirva esta reflexión como bastón personal desde el que volver a ponerme en pie para traspasar la línea de la comodidad, de abandonar la crítica hueca retomando los compromisos adquiridos con el padre Ángel para continuar aportando gotas de trabajo que desemboquen en un océano de solidaridad.